CANELA FINA

Carlos E. Bilbao, 1949. Escritor. Me gusta la naturaleza; escribo sobre educación, sociedad, familia, política y literatura.

20 septiembre 2007

LA LIBERTAD ES COSA DEL ESTADO (I)

Muchas veces pensamos y actuamos como si el Estado fuera algo ideal y quienes lo gobiernan unos privilegiados; y la posesión del poder un premio y una serie de ventajas de todo tipo. Es justo lo contrario: el Estado lo componen los ciudadanos; y los gobernantes de turno son unos servidores públicos, que procuran que todo funcione en el país según las leyes, teniendo como marco la Constitución y los llamados Tres Poderes: Legislativo, Ejecutivo y Judicial, cada uno independiente de los otros dos.

En principio, este planteamiento parece aceptable, entre otras cosas porque es democrático. Pero no es aceptado en la realidad; y el problema viene de la ideología de partido. Un político podría decir que su ideología de partido no es óbice para gobernar diligente y honestamente un país; pero de las palabras a la realidad diaria hay un largo y casi infranqueable trecho. Esto es así porque, en el fondo, cada ideología política busca el poder y la influencia, haciendo comulgar con ruedas de molino a los ciudadanos que no piensen como ellos. La actitud de servicio público queda oculta, incluso para los propios gobernados, que aceptan unas reglas del juego en la arena política muy lejanas del respeto y la tolerancia, por no decir de la honradez.

Así las cosas, ¿cómo se plantea un partido político en su programa defender todas las libertades ciudadanas? No podrá: su concepción de gobernante poderoso le llevará a intentar convencer, engañar, obligar intentando no salirse de un aparente juego democrático.

Ese no saberse en la práctica servidores es algo corriente en las naciones de nuestro entorno. Es entonces cuando la propaganda política, los slogan, los medios de comunicación y las encuestas centran gran parte de la actividad de los hombres y mujeres públicos, en vez de dedicarse a servir a los gobernados que les han elegido. Y cuanto más nucleares sean los temas, más agria es la lucha política. Por ejemplo, la enseñanza. Pero de este asunto hablaremos otro día.