CANELA FINA

Carlos E. Bilbao, 1949. Escritor. Me gusta la naturaleza; escribo sobre educación, sociedad, familia, política y literatura.

06 marzo 2006

LAS BUENAS MANERAS

Siempre he hojeado con aprensión esos libros escritos por personas, sin duda con buena intención, sobre el comportamiento social, “las buenas maneras”, o como ustedes quieran llamarlo. Cuando uno va madurando se da cuenta que esas normas de cortesía, esa “etiqueta”, no han nacido por que sí, y de la mente de una dama melindrosa o un varón atildado y rancio. No. Han nacido, existen, están tipificadas por una afán de agradar a las personas que nos son más queridas y, por extensión, a todos los que nos rodean. Estamos hechos para la cordialidad, no para la gresca; para la felicitación, no para el insulto. El ser humano nace con la etiqueta en su alma: “creado para ser feliz”. Somos un "animal social", decía Aristóteles
Por tanto hay un condimento abundante de sinceridad en eso que llamamos la buena educación. Uno se pone corbata porque sabe que está más elegante para acudir a una boda o a una entrevista de trabajo. Una madre - mucho más que un padre - corregirá al hijo que come el pollo con las manos y la barbilla llena de grasa. Hay algo connatural a las personas que nos hace saber cuándo estamos siendo agradables (en el trato, en el vestir, en el comer...) y cuando no.
Y aquí no vale esconderse en un descamisado o una descamisada de la autenticidad. Tú eres un bruto hablando, no porque te de la gana, sino porque eres un inculto que, aparte de no saber, no tienes personalidad. Pero no voy a caer en la trampa de dictar normas y poner ejemplos. Sí doy un consejo que me ha servido: una persona que ve a los demás con una actitud mental positiva (que debiera ser siempre), tiende a ser correcto, cordial. Y si no sabe comportarse, es sincero, y pregunta. ¡Qué ridículo resulta ver a una persona intentando quedar como un experto en vinos delante de un camarero! Si no sabes, pregunta; di que te aconseje.
No vivimos en un mundo así, desgraciadamente. En aras de una mal entendida espontaneidad, la grosería, el desprecio, van inoculando en el ser humano el germen del odio. Salgan ustedes a la calle y miren; y ni tampoco hace falta que salgan a la calle, porque desamorados los hay en cualquier lugar.

Zimon de Elea