APROBADO GENERAL (7) TÉCNICAS CONDUCTUALES BÁSICAS
El modo de entrar en clase. Los alumnos detectan debilidad si el profesor entra deprisa y, por ejemplo, cargado de libros o con otro material en desorden, mirando al suelo y parapetándose tras su mesa. Una entrada así, repetida muchas veces, inducirá primero al tono burlón, pero en pocas semanas el profesor deberá demandar a gritos la atención porque los alumnos ni se habrán enterado que ha entrado en clase.
¿Cómo, entonces? El primer día es decisivo. Por ejemplo podía ser así: el profesor, muy serio, se queda en el umbral de la puerta mirando adusto, pero sin desafiar, a algún alumno. Esta personalización hará que otros compañeros le llamen la atención: el profesor se está fijando en él. Y no se sabe por qué, el silencio se extiende a toda la clase que va inmediatamente a ocupar su mesa de trabajo. Si esto no sale la primera vez, cuidado con el excesivo reto de tiempo; si no se callan del todo, entrar como si nada; no como un derrotado. Y al día siguiente repetir. Pasados tres o cuatro días, “montar un numerito”. Con cuidado, no vaya a ser que reventemos un estatus en el que el peligro estaba descartado. Con ello se trata de hacer ver, por lo menos a algunos, que el profesor o profesora, está muy disgustado, que no está dispuesta a tolerar ese ambiente y que tiene carácter y es valiente. Logrado esto:
acto seguido, el profesor entra en la clase con la mirada alta, sin perder de vista al grupo. Sube la tarima, si la hay, deja su cartera sobre la mesa y, sin cara de pelea se enfrenta al grupo. Lo mejor es corregir algún pequeño defecto personal: uno que mira por la ventana, otro que sigue hablando en voz baja, o algo del atuendo personal... Hay que huir de las órdenes o correcciones a grupos; siempre y sólo siempre a un individuo, aunque haya tres o cuatro cometiendo la misma infracción. La clase ha comenzado con buen pie. Sólo quedan tres cuartos de hora de batalla. Ya lo iremos analizando. Por ahora nos quedamos en la entrada y ese resorte psicológico de llamar la atención nominalmente a uno aunque sean, repito, varios los que tengan en ese momento un comportamiento corregible. La clase enmudece ante la personalización. Incluso ante un momento de carcajada general un: “fulanito, cállate”, hace que todo el curso se serene. Ah, y no parapetarse detrás de la mesa: los alumnos deducirán instantáneamente que el profe les tiene miedo o, cuando menos, respeto.
Otro consejo práctico.
No se deben dar las clases al dictado. (Se hace; y mucho. ESO, Bachillerato…). Primero, porque es un aburrimiento. Y después, porque emitimos señal de inseguridad: de haber preparado la materia el día anterior para soltarla en clase... o no haber preparado nada. En ocasiones esto será cierto. Pero hay que huir del dictado y tener los contenidos en la cabeza. A unos les servirá un detallado guión, y a otros, menos seguros, les vendrá bien tener entre sus papeles frases enteras redactadas. Pero nunca refugiarse en los personales apuntes y en el libro para explicar. Ese material ha de ser un apoyo; algo así como un conferenciante tiene sus guiones para agotar su disertación sin que se le escape nada de lo que sabe. Ya hablaremos de lo beneficioso del dictado en edades tempranas, más adelante.
¿Cómo, entonces? El primer día es decisivo. Por ejemplo podía ser así: el profesor, muy serio, se queda en el umbral de la puerta mirando adusto, pero sin desafiar, a algún alumno. Esta personalización hará que otros compañeros le llamen la atención: el profesor se está fijando en él. Y no se sabe por qué, el silencio se extiende a toda la clase que va inmediatamente a ocupar su mesa de trabajo. Si esto no sale la primera vez, cuidado con el excesivo reto de tiempo; si no se callan del todo, entrar como si nada; no como un derrotado. Y al día siguiente repetir. Pasados tres o cuatro días, “montar un numerito”. Con cuidado, no vaya a ser que reventemos un estatus en el que el peligro estaba descartado. Con ello se trata de hacer ver, por lo menos a algunos, que el profesor o profesora, está muy disgustado, que no está dispuesta a tolerar ese ambiente y que tiene carácter y es valiente. Logrado esto:
acto seguido, el profesor entra en la clase con la mirada alta, sin perder de vista al grupo. Sube la tarima, si la hay, deja su cartera sobre la mesa y, sin cara de pelea se enfrenta al grupo. Lo mejor es corregir algún pequeño defecto personal: uno que mira por la ventana, otro que sigue hablando en voz baja, o algo del atuendo personal... Hay que huir de las órdenes o correcciones a grupos; siempre y sólo siempre a un individuo, aunque haya tres o cuatro cometiendo la misma infracción. La clase ha comenzado con buen pie. Sólo quedan tres cuartos de hora de batalla. Ya lo iremos analizando. Por ahora nos quedamos en la entrada y ese resorte psicológico de llamar la atención nominalmente a uno aunque sean, repito, varios los que tengan en ese momento un comportamiento corregible. La clase enmudece ante la personalización. Incluso ante un momento de carcajada general un: “fulanito, cállate”, hace que todo el curso se serene. Ah, y no parapetarse detrás de la mesa: los alumnos deducirán instantáneamente que el profe les tiene miedo o, cuando menos, respeto.
Otro consejo práctico.
No se deben dar las clases al dictado. (Se hace; y mucho. ESO, Bachillerato…). Primero, porque es un aburrimiento. Y después, porque emitimos señal de inseguridad: de haber preparado la materia el día anterior para soltarla en clase... o no haber preparado nada. En ocasiones esto será cierto. Pero hay que huir del dictado y tener los contenidos en la cabeza. A unos les servirá un detallado guión, y a otros, menos seguros, les vendrá bien tener entre sus papeles frases enteras redactadas. Pero nunca refugiarse en los personales apuntes y en el libro para explicar. Ese material ha de ser un apoyo; algo así como un conferenciante tiene sus guiones para agotar su disertación sin que se le escape nada de lo que sabe. Ya hablaremos de lo beneficioso del dictado en edades tempranas, más adelante.
1 Comments:
Me gusta su planteamiento. Nos mantendremos en contacto
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