CANELA FINA

Carlos E. Bilbao, 1949. Escritor. Me gusta la naturaleza; escribo sobre educación, sociedad, familia, política y literatura.

19 mayo 2006

APROBADO GENERAL (6). EL PROFESORADO

Educar deleitando.
Es ésta una antigua y corta frase que saldrá alguna que otra vez, aunque suene un poco cursi y antigua. Pero no por ello ha dejado de tener vigencia. Está claro que si un profesor consigue - digamos a ratos - convertir un deber oneroso en un placer deleitable, ha dado con el botón para conseguir que sus alumnos se interesen por su asignatura e, incluso, se sometan al esfuerzo por dos motivos: lo que se imparte es atractivo; y dos: por simpatía hacia el maestro.
Claro, lo que acabo de decir es muy difícil de conseguir. Incluso puede convertirse en una arma de doble filo, pues si el profesor pretende ser más simpático o indulgente, el grupo humano a conquistar podrá convertirle la clase en un verdadero campo de batalla. Por eso, profesor que me lees, piensa cómo eres. ¿Te sientes capaz de dominar a un grupo de treinta alumnos con una actitud desenfadada y archipaciente? ¿Tienes el genio y valor suficientes - mal genio -, para cortar una bulla descontrolada? ¿O tus intentos de acercamiento han acabado para siempre con la disciplina, y no hay quien dé clase?
No te voy a sugerir que no intentes nada innovador y que te repliegues detrás de la mesa y las calificaciones, y a los niños que les parta un rayo. Te voy a contar dos historias; una positiva y otra negativa.

La primera. Cierto profesor impartía clases en los últimos cursos de primaria: lo que hoy sería 1º y 2º de ESO. No tenía ninguna experiencia docente, y tramó hacerse el simpático para ganarse a los cursos donde daba clase. El alumnado que interpretó su actitud como debilidad se lo comió con sopas. De nada valieron después sus gritos y castigos; había sido bautizado como un profesor sin carácter. Me extrañó mucho este suceso, del cual fui conocedor porque ese profesor vino a mi colegio a pedir trabajo; éramos amigos, y no le habían renovado el contrato en el mencionado centro docente de los problemas. No dudé en contratarlo: era un hombre muy listo y con un fuerte carácter. Bien aconsejado podría ser un buen profesor de Bachillerato o Formación Profesional. Y así fue. No hubo ningún problema porque, con la experiencia adquirida, supo adaptarse a los grupos de alumnos con autoridad, no exenta de simpatía. Sus discípulos captaron pronto que con él no se jugaba. Fue sólo una cuestión de experiencia, repito. No volvió a incurrir en el irreversible fallo de dejar que los alumnos se controlasen por sí mismos. Y estos le apreciaban y respetaban; atendían con diligencia y un gran número iba al día en sus asignaturas. Señores era un centro docente el mío con muchos alumnos problemáticos, ubicado en unas barriadas periféricas de una gran ciudad. No eran ángeles los alumnos, pero tampoco demonios.
La historieta negativa siguiente, es la del profesor también bisoño pero llorón.
El tramo primero de la anécdota comienza igual: mostrar una excesiva simpatía y tolerancia. Las consecuencias fueron las mismas que las del otro profesor. De nada sirvieron los gritos, enfados y castigos: había cruzado la raya. Tampoco los consejos de los compañeros surtieron efecto. Ir a clase para este hombre era una verdadera tortura. Y en el colmo de su despiste, un día posó las manos sobre sus ojos y, en mitad de una alborotada clase, se echó a llorar. “¿Qué queréis de mi?, repetía entre sollozos. Durante los primeros segundos hubo desconcierto general pero, poco a poco, algunos comenzaron a reírse. En dos minutos el choteo era general, y el profesor abandonó la clase y el centro docente.
Pero estábamos hablando de educar deleitando. No piense el profesor que esto lee, que yo le vaya a decir el secreto. No lo hay. Una táctica que sirve a un docente, a otro le desmadra la clase; incluso hay hasta amenazas. O un grupo de alumnos reacciona bien ante la actitud del profesor, y otro se pone en contra. ¿Por qué? Traigo a colación la frase “... es un mundo”. Sí, cada profesor, cada grupo de ellos, cada alumno, cada Centro Docente, son “un mundo”. Por eso conviene analizar qué actitud debe adoptarse frente a una clase, o el colectivo de profesores frente a un conjunto de cursos. Los directores del Centro juegan un papel importante. Ya hablaremos de ello más adelante.
Ahora es el momento de hacer una afirmación importante. En esto la LOE no ayuda mucho, con su timorato control y colocando a un tipo del ayuntamiento en el Consejo Escolar. ¡Dejen ustedes en buena hora autonomía a los centros, ya sean públicos o concertados! ¡A qué vienen esas intromisiones, si un claustro bien preparado y unos padres exigentes – en su sitio, pero exigentes – se las pueden apañar! ¿Y saben por qué? Porque todo grupo de alumnos tiene su faceta positiva; como grupo, insisto. El acertar con los medios para sacar adelante sus mejores potencialidades, es posible. Poco a poco iremos a lo largo de estos comentarios exponiendo qué modos, qué conducta debe adoptar un profesor para que su clase sea una balsa de aceite.
VEREMOS ALGUNOS EN MI PRÓXIMA INTERVENCIÓN.