CANELA FINA

Carlos E. Bilbao, 1949. Escritor. Me gusta la naturaleza; escribo sobre educación, sociedad, familia, política y literatura.

26 mayo 2006

APROBADO GENERAL (7) TÉCNICAS CONDUCTUALES BÁSICAS

El modo de entrar en clase. Los alumnos detectan debilidad si el profesor entra deprisa y, por ejemplo, cargado de libros o con otro material en desorden, mirando al suelo y parapetándose tras su mesa. Una entrada así, repetida muchas veces, inducirá primero al tono burlón, pero en pocas semanas el profesor deberá demandar a gritos la atención porque los alumnos ni se habrán enterado que ha entrado en clase.
¿Cómo, entonces? El primer día es decisivo. Por ejemplo podía ser así: el profesor, muy serio, se queda en el umbral de la puerta mirando adusto, pero sin desafiar, a algún alumno. Esta personalización hará que otros compañeros le llamen la atención: el profesor se está fijando en él. Y no se sabe por qué, el silencio se extiende a toda la clase que va inmediatamente a ocupar su mesa de trabajo. Si esto no sale la primera vez, cuidado con el excesivo reto de tiempo; si no se callan del todo, entrar como si nada; no como un derrotado. Y al día siguiente repetir. Pasados tres o cuatro días, “montar un numerito”. Con cuidado, no vaya a ser que reventemos un estatus en el que el peligro estaba descartado. Con ello se trata de hacer ver, por lo menos a algunos, que el profesor o profesora, está muy disgustado, que no está dispuesta a tolerar ese ambiente y que tiene carácter y es valiente. Logrado esto:
acto seguido, el profesor entra en la clase con la mirada alta, sin perder de vista al grupo. Sube la tarima, si la hay, deja su cartera sobre la mesa y, sin cara de pelea se enfrenta al grupo. Lo mejor es corregir algún pequeño defecto personal: uno que mira por la ventana, otro que sigue hablando en voz baja, o algo del atuendo personal... Hay que huir de las órdenes o correcciones a grupos; siempre y sólo siempre a un individuo, aunque haya tres o cuatro cometiendo la misma infracción. La clase ha comenzado con buen pie. Sólo quedan tres cuartos de hora de batalla. Ya lo iremos analizando. Por ahora nos quedamos en la entrada y ese resorte psicológico de llamar la atención nominalmente a uno aunque sean, repito, varios los que tengan en ese momento un comportamiento corregible. La clase enmudece ante la personalización. Incluso ante un momento de carcajada general un: “fulanito, cállate”, hace que todo el curso se serene. Ah, y no parapetarse detrás de la mesa: los alumnos deducirán instantáneamente que el profe les tiene miedo o, cuando menos, respeto.
Otro consejo práctico.
No se deben dar las clases al dictado. (Se hace; y mucho. ESO, Bachillerato…). Primero, porque es un aburrimiento. Y después, porque emitimos señal de inseguridad: de haber preparado la materia el día anterior para soltarla en clase... o no haber preparado nada. En ocasiones esto será cierto. Pero hay que huir del dictado y tener los contenidos en la cabeza. A unos les servirá un detallado guión, y a otros, menos seguros, les vendrá bien tener entre sus papeles frases enteras redactadas. Pero nunca refugiarse en los personales apuntes y en el libro para explicar. Ese material ha de ser un apoyo; algo así como un conferenciante tiene sus guiones para agotar su disertación sin que se le escape nada de lo que sabe. Ya hablaremos de lo beneficioso del dictado en edades tempranas, más adelante.

19 mayo 2006

APROBADO GENERAL (6). EL PROFESORADO

Educar deleitando.
Es ésta una antigua y corta frase que saldrá alguna que otra vez, aunque suene un poco cursi y antigua. Pero no por ello ha dejado de tener vigencia. Está claro que si un profesor consigue - digamos a ratos - convertir un deber oneroso en un placer deleitable, ha dado con el botón para conseguir que sus alumnos se interesen por su asignatura e, incluso, se sometan al esfuerzo por dos motivos: lo que se imparte es atractivo; y dos: por simpatía hacia el maestro.
Claro, lo que acabo de decir es muy difícil de conseguir. Incluso puede convertirse en una arma de doble filo, pues si el profesor pretende ser más simpático o indulgente, el grupo humano a conquistar podrá convertirle la clase en un verdadero campo de batalla. Por eso, profesor que me lees, piensa cómo eres. ¿Te sientes capaz de dominar a un grupo de treinta alumnos con una actitud desenfadada y archipaciente? ¿Tienes el genio y valor suficientes - mal genio -, para cortar una bulla descontrolada? ¿O tus intentos de acercamiento han acabado para siempre con la disciplina, y no hay quien dé clase?
No te voy a sugerir que no intentes nada innovador y que te repliegues detrás de la mesa y las calificaciones, y a los niños que les parta un rayo. Te voy a contar dos historias; una positiva y otra negativa.

La primera. Cierto profesor impartía clases en los últimos cursos de primaria: lo que hoy sería 1º y 2º de ESO. No tenía ninguna experiencia docente, y tramó hacerse el simpático para ganarse a los cursos donde daba clase. El alumnado que interpretó su actitud como debilidad se lo comió con sopas. De nada valieron después sus gritos y castigos; había sido bautizado como un profesor sin carácter. Me extrañó mucho este suceso, del cual fui conocedor porque ese profesor vino a mi colegio a pedir trabajo; éramos amigos, y no le habían renovado el contrato en el mencionado centro docente de los problemas. No dudé en contratarlo: era un hombre muy listo y con un fuerte carácter. Bien aconsejado podría ser un buen profesor de Bachillerato o Formación Profesional. Y así fue. No hubo ningún problema porque, con la experiencia adquirida, supo adaptarse a los grupos de alumnos con autoridad, no exenta de simpatía. Sus discípulos captaron pronto que con él no se jugaba. Fue sólo una cuestión de experiencia, repito. No volvió a incurrir en el irreversible fallo de dejar que los alumnos se controlasen por sí mismos. Y estos le apreciaban y respetaban; atendían con diligencia y un gran número iba al día en sus asignaturas. Señores era un centro docente el mío con muchos alumnos problemáticos, ubicado en unas barriadas periféricas de una gran ciudad. No eran ángeles los alumnos, pero tampoco demonios.
La historieta negativa siguiente, es la del profesor también bisoño pero llorón.
El tramo primero de la anécdota comienza igual: mostrar una excesiva simpatía y tolerancia. Las consecuencias fueron las mismas que las del otro profesor. De nada sirvieron los gritos, enfados y castigos: había cruzado la raya. Tampoco los consejos de los compañeros surtieron efecto. Ir a clase para este hombre era una verdadera tortura. Y en el colmo de su despiste, un día posó las manos sobre sus ojos y, en mitad de una alborotada clase, se echó a llorar. “¿Qué queréis de mi?, repetía entre sollozos. Durante los primeros segundos hubo desconcierto general pero, poco a poco, algunos comenzaron a reírse. En dos minutos el choteo era general, y el profesor abandonó la clase y el centro docente.
Pero estábamos hablando de educar deleitando. No piense el profesor que esto lee, que yo le vaya a decir el secreto. No lo hay. Una táctica que sirve a un docente, a otro le desmadra la clase; incluso hay hasta amenazas. O un grupo de alumnos reacciona bien ante la actitud del profesor, y otro se pone en contra. ¿Por qué? Traigo a colación la frase “... es un mundo”. Sí, cada profesor, cada grupo de ellos, cada alumno, cada Centro Docente, son “un mundo”. Por eso conviene analizar qué actitud debe adoptarse frente a una clase, o el colectivo de profesores frente a un conjunto de cursos. Los directores del Centro juegan un papel importante. Ya hablaremos de ello más adelante.
Ahora es el momento de hacer una afirmación importante. En esto la LOE no ayuda mucho, con su timorato control y colocando a un tipo del ayuntamiento en el Consejo Escolar. ¡Dejen ustedes en buena hora autonomía a los centros, ya sean públicos o concertados! ¡A qué vienen esas intromisiones, si un claustro bien preparado y unos padres exigentes – en su sitio, pero exigentes – se las pueden apañar! ¿Y saben por qué? Porque todo grupo de alumnos tiene su faceta positiva; como grupo, insisto. El acertar con los medios para sacar adelante sus mejores potencialidades, es posible. Poco a poco iremos a lo largo de estos comentarios exponiendo qué modos, qué conducta debe adoptar un profesor para que su clase sea una balsa de aceite.
VEREMOS ALGUNOS EN MI PRÓXIMA INTERVENCIÓN.

18 mayo 2006

HAMBRE Y SED

Hemos caído en una cruel indiferencia, aunque teóricamente lo neguemos y, hasta nuestros sentimientos se vean removidos. Leemos o escuchamos los datos: cuatro mil millones de personas viven en este momento en el mundo bajo el umbral de la pobreza.
¿Saben cuál es el tope económico para considerarlos así? Que esas personas, COMO MÁXIMO salen adelante con dos euros al día. Estos datos no están inflados, ni manipulados.
Gentes con la misma dignidad que yo se mueren de hambre; y lo terrible es que ese proceso no dura una corta temporada: se mueren lentamente – niños y mayores – por desnutrición. Dejemos la sanidad a un lado, que ese es otro punto terrible. La esperanza de vida en muchos países está entre los treinta y cuarenta años. ¿Y si añadimos a esa penuria, el sufrimiento moral de verse arrinconados en los “basureros” del mundo, sin ninguna esperanza?
Y lo curioso es que desde hace veinte, treinta años, se está despertando una postura solidaria activa. La proliferación de ONGs, personas que voluntariamente acuden a esos lugares de miseria, o que aportan con dinero ayudas eficaces al corto plazo. Pero todo eso es una gota en el mar. Lo mismo que hace la Iglesia Católica y otras confesiones cristianas en su labor evangelizadora.
Son los Estados poderosos los que, si quisieran, en un plazo más o menos largo, podrían solucionar este y otros problemas. Pero en el fondo, a los que los representan, les importa un bledo o les parece una ardua tarea, incluyendo además la corrupción en los países receptores, para salir de “la fosa”. PERO SI SE QUIERE, SE PUEDE. Esta larga y penosa crisis se solucionaría, no por filantropía, sino por amor.

POLÍTICA PARA TODOS

George Weigel ha publicado recientemente en España un breve ensayo de teoría política, amparándose en los distintos acontecimientos de gran relevancia que presidieron nuestro siglo XX que, si en algo se caracterizó por desgracia, fue en las múltiples guerras – sobre todo la Primera y Segunda Guerra Mundial -, feroces totalitarismos, como fueron el nazismo, fascismo y comunismo; además de abrir una mayor fisura entre muchas naciones, tanto en temas políticos, económicos y humanitarios.
Si después de la Segunda Guerra Mundial, se hicieron ímprobos esfuerzos por lograr una situación estable, incluso con la Guerra Fría de por medio, ¿por qué hemos llegado a un comienzo de siglo – se pregunta Weigel – en que las posturas entre las personas, incluso dentro de un mismo país, se encuentran tan intolerantemente enconadas, causando incomprensiones cargadas de odio a muerte y un feroz egoísmo que lleva a sojuzgar a regiones completas del mundo?
Parte de la respuesta o, mejor dicho, las raíces de esa respuesta, las encuentra el autor en el pensamiento del pensador, filósofo y teólogo Henri de Lubac, una de las cabezas más señeras de la intelectualidad del siglo XX. Lubac afirma que con la aparición del humanismo ateo, todo lo que el hombre hasta la fecha había percibido como liberación, al depender de un Dios que le ha otorgado la capacidad de llevar una vida digna, gracias a su inteligencia y a su libre albedrío, se ha originado una sorda batalla, ya que el humanismo ateo no puede coexistir con Dios por definición. Y no se trata de unos ciertos individuos escépticos sin más. Es un ateísmo militante, con una ideología desarrollada y un programa para reformar el mundo. “No es verdad, como se dice en ocasiones, que el hombre no puede organizar el mundo a espaldas de Dios. Lo que sí es verdad es que el hombre, si prescinde de Dios, lo único que puede organizar es un mundo contra el hombre”. Eso es lo que han provocado las tiranías del siglo XX: un humanismo inhumano, que es absolutamente incapaz de crear, mantener y defender el proyecto democrático. Lo único que puede hacer es atacarlo o tratar de socavar sus cimientos.