Es éste: Sacó adelante la Primaria sin mucho esfuerzo pero con bajas notas. Chocó en primero de Secundaria con unas asignaturas de más calado, pero que todavía era capaz de aprobar al segundo intento - porque se siguen haciendo exámenes y poniendo deberes, y no dejando pasar, si se puede, a los alumnos de un curso a otro sin las suficientes garantías -. Pero lo normal es que pase de curso con mucho desconocimiento colgando. Y llega a 4º de ESO, o primero de Bachillerato. Aquí concurren tres factores: el muchacho o la muchacha sabe muy poco, las asignaturas son más arduas y, por último, el alumno comienza a mostrarse como un adolescente, en el sentido negativo. Baste poner sólo el ejemplo del desinterés por el estudio. Antes, los Institutos y Colegios hacían repetir curso al alumno, que optaba por dejar sus estudios o hacía el Bachillerato en cinco o seis años.
Pero sigamos describiendo a uno de los alumnos tipo. El impacto de repetir curso solía, en algunos casos servir de acicate que, con sorpresa de los profesores, hacía que el muchacho o la muchacha cambiase y se dispusiese a estudiar. ¿Pero qué pasa cuando esto no sucede? Muy sencillo, el alumno que busca cambiar se encuentra que no tiene hábitos de estudio, que no tiene la suficiente fuerza de voluntad para estar atento toda una clase, y que le falta una base de conocimientos imprescindible para seguir las explicaciones y aprobar los exámenes de asignaturas que generalmente no le van a servir en la Universidad o Formación Profesional. Y sin embargo hay alumnos, en las mismas circunstancias, que lo consiguen brillantemente o, por lo menos lo consiguen. ¿Qué ha sucedido? Algo muy sencillo, y que quizá no es consciente de ello: lo han fiado todo a la memoria. Y resulta que tienen memoria, bien natural o aprendida. Y con esa arma se van reciclando y concluyen sus estudios de Bachillerato o FP aunque con esfuerzo. Pero estos últimos no son legión porque, creo estar en condiciones de afirmar que también el resto de los alumnos que tienen este perfil, han querido agarrarse, como tabla de salvación, a la memoria... pero carecían de ella. Incluso han estudiado largas horas, pero no les ha valido de nada... La extendida frase: “si lo sé, lo que pasa es que no sé cómo decirlo”, u otras parecidas, no son argucias ni excusas de estudiantes vagos. En la mayoría de los casos están expresando una realidad palmaria... Pero, ¿cómo es posible saber, conocer un tema, y no saber exponerlo? Pues sí; el docente debe estar atento a estos lamentos, para separar el trigo de la paja. Me explico: hay alumnos que han estudiado, que han repasado los contenidos, que han leído y releído los libros y apuntes; que, incluso han hecho esquemas, etc. Pero el fruto de su esfuerzo viene a ser como la confección de un traje sin coserlo: la tela es de calidad, bonita, está bien cortado... pero... al ponerse sobre el cuerpo las prendas indicadas, éstas se caen al suelo porque no tienen un hilo que las una. Esta es la memoria. Los estudiantes del ejemplo que estamos analizando han estudiado, han comprendido, podrían incluso seguir una conversación sobre los temas de estudio, pero les dejas solos ante el papel en blanco, o ante el tribunal... y no se acuerdan. Sus conceptos estaban prendidos con alfileres. Y da pena. Son el grueso de los fracasados escolares, y hay que saber que los que sucumben en estos años de sus estudios, no son todos unos irresponsables. Precisamente la palabra fracaso indica intento serio por conseguir un objetivo, pero éste no se alcanza. Quizá si hubieran podido apoyarse en la memoria...